lunes, 29 de diciembre de 2014

Recuerdos




Nos gustaba disfrutar del fuego de una caminata fantástica entre callejones estrechos y carentes de sol, trabar amistad rápida con criaturas pálidas de olor a perro mojado y a silencio, con los gatos que nos observaban desconfiados, con las viejas flores que nunca se vendieron, con la cuna de piedra y la cuneta, consumirnos sin remedio en el abrazo clandestino de una ventana abierta de un tercer piso, en el recoveco más hediondo a meado y pintado de suspiros, con las librerías muertas, con el canto metálico de un ascensor, con un anticucho de sabor a calle y a neblina, con una cerveza irreductiblemente tibia en alguno de los tantos bares irreductiblemente mágicos. Ella terminó su intercambio y hoy probablemente no me recuerda, yo en cambio cada noche le canto canciones con mi guitarra en plaza Aníbal Pinto, o bien pinto su recuerdo en alguna muralla de cerro Bellavista.