Nos
gustaba disfrutar del fuego de una caminata fantástica entre
callejones estrechos y carentes de sol, trabar amistad rápida con
criaturas pálidas de olor a perro mojado y a silencio, con los gatos
que nos observaban desconfiados, con las viejas flores que nunca se
vendieron, con la cuna de piedra y la cuneta, consumirnos sin remedio
en el abrazo clandestino de una ventana abierta de un tercer piso, en
el recoveco más hediondo a meado y pintado de suspiros, con las
librerías muertas, con el canto metálico de un ascensor, con un
anticucho de sabor a calle y a neblina, con una cerveza
irreductiblemente tibia en alguno de los tantos bares
irreductiblemente mágicos. Ella terminó su intercambio y hoy
probablemente no me recuerda, yo en cambio cada noche le canto
canciones con mi guitarra en plaza Aníbal Pinto, o bien pinto su
recuerdo en alguna muralla de cerro Bellavista.
lunes, 29 de diciembre de 2014
viernes, 28 de noviembre de 2014
Ortografía
No zé ke aser para la tarea de hortografía, al profesor de kastellano lo hecharon ase dos meces y kien nos ase clace es el tatita que ase el aceo
jueves, 20 de noviembre de 2014
Silencio
Ella era como una novela en blanco, él como un lápiz sin tinta. Por eso, después de amarse, caían en silencios terribles.
miércoles, 19 de noviembre de 2014
RINOCERONTE
Un rinoceronte lloraba triste bajo una acacia, su mujer le había puesto el cuerno con un elefante.
martes, 18 de noviembre de 2014
lunes, 17 de noviembre de 2014
GATO
Hoy por la mañana me crucé con un gato blanco. Al verme corrió asustado a la calle y lo atropellaron. Fue mi culpa, yo andaba vestido de negro.
martes, 11 de noviembre de 2014
UN JEFE A SU EMPLEADO
¿Qué es lo que pasa contigo, Óscar? Tu desempeño ha bajado de
forma ostensible este último tiempo, de verdad que nadie se explica
tu conducta en esta oficina. Me imagino que estás consciente de lo
que te digo. Somos una empresa chica, Óscar, una empresa en pañales,
cualquier fallo no te afecta sólo a ti, nos afecta a todos, pero
sobre todo me afecta a mí, ¿Sabes quién pierde cuando perdemos a
algún cliente? No, huevón, tú no pierdes, tampoco Miguel, ni
Myriam. Pierdo yo. Yo pierdo, Óscar. Y lo sabes muy bien, nos
tenemos confianza, hace dos años que trabajas para mí y creo
haberte dado todas las facilidades para tu progreso, te he perdonado
mil y un errores y como tu jefe no debería haberte aguantado más de
dos. ¿Te has preguntado por qué te he tolerado tanta cagada? ¿Te
lo has preguntado? Sabes a la perfección por qué, tu silencio dice
más que si hablaras. No nos hagamos los idiotas, Óscar. ¿Ves allá
a Myriam? Antes de que llegaras me dijo que te echara. Allá Ricardo
y también Noelfa, son tus compañeros de trabajo, te llevas bien con
ellos, pero varias veces me han dicho que están cansados de taparte
las fallas. ¡Óscar, Huevón! Te estimo, te estimo como si fueras mi
hijo, y por eso te soporto tanta pelotudez, hasta he puesto el
prestigio cagón de esta empresa con tal de defenderte, pero créeme,
todo tiene su límite. No abuses del aprecio que te tengo, lo tienes
bastante claro, porque no eres estúpido, eres un tipo bastante
inteligente, te cruje el cerebro, incluso mucho más que a mí, pero
hay algo en todo esto que huele muy mal. ¿Te estás metiendo drogas?
¿Estás tomando algún psicotrópico? Hace algún tiempo conversamos
este mismo tema y me dijiste que no. Voy a creer tu respuesta, Óscar,
voy a creerte una vez más, pero escucha, creo que sería muy bueno
que fueras a médico, o al psicólogo, hay algo en tu vida que te
hunde y no lo sabes o no lo quieres saber y escucha, pero escucha muy
bien, esta empresa no va a asumir el costo de tu irresponsabilidad.
viernes, 7 de noviembre de 2014
GLIPTODONTES
Hace algún tiempo se pensaba que los gliptodontes se habían extinguido de la faz de la tierra. Eran armadillos enormes cuales tanques recorrían los bosques y las recién aparecidas praderas de América del sur durante fines del plioceno hasta el periodo pleistoceno donde finalmente se extinguieron. En nuestro periodo Holoceno no existe registro alguno de la presencia de estos mamíferos, sin embargo, noticias que vienen de todo el país afirman haberlos visto venir desde el horizonte con el fin de invadir las ciudades y los pueblos más desprotegidos. La gente que vive en estos pueblos, que es hacia donde me dirijo, vive atemorizada y son cada vez menos los que de sus casas se atreven a salir.
Soy paleontólogo de profesión, se me ha pedido que realice un estudio acabado de los recién llegados. Francamente me resulta muy sorprendente observar lo extraños que son, ni siquiera parecidos a como los había conocido durante mis años de estudio. Esos gigantes de coraza verde y blindada han convertido la plaza pública de la ciudad en donde estoy, pulcra hace unas semanas, en un verdadero sitio de demolición. Se entretienen derribando edificios, cercando calles y buscando alimento. Son seres herbívoros, y por ende, les resulta muy difícil obtener vegetales en nuestra época gobernada por el cemento y el metal. A veces se enfadan terriblemente. Usan sus colas de catapulta para lanzar enormes rocas a las casas donde les cierran las puertas o les niegan lo que desean; hasta en eso son particulares. De todas formas allí están, rodeando la ciudad como un ejército romano. Su número parece crecer con el pasar de los días.
La escasez de alimento ha hecho de los gliptodontes expertos saqueadores de casas y tiendas. No limitan la violencia de sus acciones ni el trato vejatorio hacia la gente. Han robado todas las verdulerías, los sucuchos de la gente más pobre y también los supermercados. Al acabarse los vegetales y el poco césped de toda la ciudad les ha entrado el gusto por la carne. Como bravos leones devoran a vista de quien sea grandes trozos de fiambres sanguinolentos dando a la ciudad el aspecto de un gigantesco matadero; una verdadera pocilga. Han despojado a las grandes tiendas de su preciosa mercancía de ropa, de sus electrodomésticos y también de sus productos de última tecnología. Todo se lo llevan hacia un lugar desconocido; quizás el refugio en donde han sobrevivido durante millones de años alejados de la mano del hombre.
Luego de someter al pueblo durante tanto tiempo a tratos humillantes aparentemente se han hartado de ello. Ahora estos voluminosos mamíferos permanecen tumbados en su totalidad por toda la ciudad. Lo tomo como una gran oportunidad para estudiarlos y comprender su particular comportamiento. Decido acercarme sin ningún temor, pero ellos, con su furia y agresividad ya constatada me repelen lanzándome una estela de palabras en un dialecto extraño. ¡Me sorprendo al descubrir que aquellos animales podían comunicarse entre sí con un idioma! Así y todo permanezco alejado por miedo a provocarlos. Sigo con mis estudios desde lejos. Cada nueva cosa que descubro me sorprende aún más.
Al cabo de varios días de supuesta tregua el que parecía ser el líder del grupo se levanta y vocifera algo a sus compañeros en su lenguaje raro. Entonces la manada se levanta y arremete contra las casas cercanas, pero no con ataques ciegos, sino con el objetivo perfectamente identificado. Desbaratan viviendas como si fueran de papel y sacan a la gente que hay dentro de ellas apresándolas entre sus garras y sus dientes. Gran parte de los habitantes es secuestrado y llevado quien sabe donde. Quienes oponen resistencia son ejecutados en el acto con un golpe del mazo de sus colas. El verdadero terror y la desesperación cunde en toda la ciudad, incluyéndome. Trato vanamente de solicitar ayuda a alguna institución de gobierno, pero las comunicaciones están cortadas, una a una las personas son arrastradas lejos a las regiones del interior. No se en que terminará todo esto, quizás en un rato me toque el turno a mí; no lo sé. Todo es confusión, todo es dolor, nadie sabe que hacer, y ese no saber que hacer es nuestra sentencia de muerte.
Soy paleontólogo de profesión, se me ha pedido que realice un estudio acabado de los recién llegados. Francamente me resulta muy sorprendente observar lo extraños que son, ni siquiera parecidos a como los había conocido durante mis años de estudio. Esos gigantes de coraza verde y blindada han convertido la plaza pública de la ciudad en donde estoy, pulcra hace unas semanas, en un verdadero sitio de demolición. Se entretienen derribando edificios, cercando calles y buscando alimento. Son seres herbívoros, y por ende, les resulta muy difícil obtener vegetales en nuestra época gobernada por el cemento y el metal. A veces se enfadan terriblemente. Usan sus colas de catapulta para lanzar enormes rocas a las casas donde les cierran las puertas o les niegan lo que desean; hasta en eso son particulares. De todas formas allí están, rodeando la ciudad como un ejército romano. Su número parece crecer con el pasar de los días.
La escasez de alimento ha hecho de los gliptodontes expertos saqueadores de casas y tiendas. No limitan la violencia de sus acciones ni el trato vejatorio hacia la gente. Han robado todas las verdulerías, los sucuchos de la gente más pobre y también los supermercados. Al acabarse los vegetales y el poco césped de toda la ciudad les ha entrado el gusto por la carne. Como bravos leones devoran a vista de quien sea grandes trozos de fiambres sanguinolentos dando a la ciudad el aspecto de un gigantesco matadero; una verdadera pocilga. Han despojado a las grandes tiendas de su preciosa mercancía de ropa, de sus electrodomésticos y también de sus productos de última tecnología. Todo se lo llevan hacia un lugar desconocido; quizás el refugio en donde han sobrevivido durante millones de años alejados de la mano del hombre.
Luego de someter al pueblo durante tanto tiempo a tratos humillantes aparentemente se han hartado de ello. Ahora estos voluminosos mamíferos permanecen tumbados en su totalidad por toda la ciudad. Lo tomo como una gran oportunidad para estudiarlos y comprender su particular comportamiento. Decido acercarme sin ningún temor, pero ellos, con su furia y agresividad ya constatada me repelen lanzándome una estela de palabras en un dialecto extraño. ¡Me sorprendo al descubrir que aquellos animales podían comunicarse entre sí con un idioma! Así y todo permanezco alejado por miedo a provocarlos. Sigo con mis estudios desde lejos. Cada nueva cosa que descubro me sorprende aún más.
Al cabo de varios días de supuesta tregua el que parecía ser el líder del grupo se levanta y vocifera algo a sus compañeros en su lenguaje raro. Entonces la manada se levanta y arremete contra las casas cercanas, pero no con ataques ciegos, sino con el objetivo perfectamente identificado. Desbaratan viviendas como si fueran de papel y sacan a la gente que hay dentro de ellas apresándolas entre sus garras y sus dientes. Gran parte de los habitantes es secuestrado y llevado quien sabe donde. Quienes oponen resistencia son ejecutados en el acto con un golpe del mazo de sus colas. El verdadero terror y la desesperación cunde en toda la ciudad, incluyéndome. Trato vanamente de solicitar ayuda a alguna institución de gobierno, pero las comunicaciones están cortadas, una a una las personas son arrastradas lejos a las regiones del interior. No se en que terminará todo esto, quizás en un rato me toque el turno a mí; no lo sé. Todo es confusión, todo es dolor, nadie sabe que hacer, y ese no saber que hacer es nuestra sentencia de muerte.
martes, 4 de noviembre de 2014
FAROL
En la esquina norte de la
plaza hay un farol que nunca enciende
con compasión he visto
todas las tardes en que muere el sol y él desaparece tras los árboles
es como si la oscuridad se
lo engullera y lo hiciera su alma
he concluido, que es el
alma de un vagabundo prisionera dentro de un cilindro
¡Pobre farol! Añoras la
luz y sufres sin chistar la tortura de tus pares
bajo tu corona oscura se
han besado los infieles y se han embriagado los borrachos
La culpa es siempre tuya,
farol, siempre
en tus pies yacen hasta el
amanecer los condones y las botellas vacías
es entonces cuando te reparan los inútiles
tú te desperezas del
frío y muestras tu cara agria y pides al viento que te despoje del
brillo dorado de tu nuevo ojo
¡Cuanta impunidad cargas
en tu cresta, farol!
¡Cuanta miseria ha visto
tu ojo desolado!
Sin embargo, el farol no
puede decir nada
se que quisiera escribir
un libro con sus impunes memorias
se que aspira a dormir más
que a estar despierto
te digo, farol, yo
comparto tu sentir de noche y de plazoleta
En algún momento de
seguro querrás llorar, farol
pero no tendrás un hombro
en que afirmarte, mi amigo
el resto de los faroles te
desprecia porque estás sucio y abandonado
no te quedará más
remedio que acudir a mi
rechazarás mi abrazo,
acostumbrado a las palizas esclavas del viento y la lluvia en tu
cabeza
quizá me dejes sacarte la
basura indigna de tus pies
entonces te diré que no
ampares más a los miserables
pues para ellos eres sólo
una efímera luz de locura y olvido
lunes, 6 de octubre de 2014
Descubrimiento
Ni
cuenta me di cuando estaba hablando con él.
- Me han echado de mi casa- me decía con la lengua trabada- y todo por una mina.
- Depende de la mina- respondí- de seguro esta ha de ser divina para tenerte bebiendo en la calle.
- Era una monja.
- ¿Y quién te manda a meterte con una monja? El problema de mierda en el que te metiste, quizá la expulsión de tu casa sea una bendición del Señor. Y tanta mina libre por ahí.
- Si la conocieras me entenderías. Era la monja más exquisita del mundo.
- Una monja es una monja.
- Dios fue quien me echó. Es un acaparador de mujeres.
- Estás ebrio.
- Espera un poco.
El
tipo a duras penas consiguió levantarse del suelo, cuando lo hizo su
espalda quedó libre y pude ver unas alas extensas, sucias y algo
desplumadas. ¡El borracho era un ángel!
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viernes, 26 de septiembre de 2014
IGUALDAD
"Las personas son todas iguales, te digo, no existe ninguna diferencia entre un pobre y un rico".
- Un piojo a una pulga
- Un piojo a una pulga
lunes, 22 de septiembre de 2014
RECIBIMIENTO
Sin poder hacer nada
más subí al cielo, ahí Dios, sí, el mismo que me había ayudado a
ganar la carrera, me dijo que el paso me estaba negado por haber
matado a un hombre. Bajé entonces al infierno. Ahora estoy acá,
acompañado de LUCIFER y de Rodríguez, aquí nos dimos maña para
armar carreras de galgos y forrarnos en almas (no existe el dinero en
este terrible lugar). Los más felices son Allan Poe, Bukowski,
Dostoievsky y Baudelaire, nos dicen que gracias a nosotros el averno
es un lugar lleno de vida. Dostoievsky ni en el inframundo perdió el
gusto por las apuestas. Baudelaire está casi todo el día fumando
opio y cultivando flores. Bukowski y Allan Poe beben que da gusto. La
poesía es el pan de cada día, es casi tan importante para los
demonios como atormentar a la humanidad. El Diablo es el menos
contento, en cualquier momento nos cierra el negocio, pues dice que
el infierno se parece cada vez más al cielo con tanta sonrisa
cínica, tanto borracho, tanta moneda que suena y tanto trato turbio.
martes, 16 de septiembre de 2014
PELÍCULA
Se
pusieron manos a la obra. Consiguieron dos cámaras profesionales con
Miguel, amigo de Roberto y que estudiaba cine, quien se entusiasmó
con el proyecto y acabó siendo el director. Los focos los fabricaron
con materiales caseros gracias a un manual encontrado por Gabriel en
internet. Para el caso de los actores hicieron una audición en el
barrio para cubrir los dos cupos estelares, un hombre y una mujer.
Para la vacante masculina llegó, como si de una pésima broma se
tratase, un enano de ochenta centímetros de altura llamado Nicomedes
y que aseguraba ser actor profesional de películas porno. La cara de
Roberto al verlo expresó con total nitidez su decepción. El enano,
habituado a la incredulidad de los productores no dijo nada a su
favor y simplemente se bajó el pantalón y le mostró todo su
miembro duro y enhiesto. Roberto nunca había visto uno tan grande, y
sin poder articular otra cosa le dijo que estaba contratado. Como
actriz reclutaron a Yoselin, una amiga de Gabriel, mina despampanante
que trabajaba en un café con piernas y que Roberto al ponderarla le
sacó la ropa con los ojos, sabía que tarde o temprano se la
tiraría. Y para abaratar aún más los costos (hasta ese momento no
habían gastado un solo peso) decidieron que ellos mismos
participarían de las películas (ni un pelo de tontos), Roberto se
la midió aplicadamente en el baño y llegó a la conclusión que la
tenía más grande que el chileno promedio, Gabriel por su parte la
tenía corta pero gruesa, un calabrote, y jamás había recibido
quejas al usarla. Al final fue Yoselin quien dio su aprobación para
que participaran luego de darle una probada al cíclope llorón de
cada uno.
sábado, 6 de septiembre de 2014
CONTRATO
Guardamos
el caballo y volvimos a mi oficina. En ninguna parte del reglamento
decía que un fantasma no podía ser jinete, así que cerré la
puerta con llave, saqué otra botella, prendí un habano y me puse a
buscar los formatos tipo que guardaba en alguna parte. No los
encontraba por ningún lado. Creo que el chico me observaba entre
risas. Despejé de un golpe el escritorio, fastidiado.
-Espera,
chico. Me cuesta nada redactar uno.
-Yo
tengo un contrato- me respondió- si vamos a trabajar juntos, es
bueno que exponga desde un principio mis condiciones.
Muy
fantasma era, pero inteligente.
-De
acuerdo- dije con calma, a él era capaz de perdonarle todo- ¿Cuanto
quieres de sueldo? A modo de sugerencia, te digo, no se en que
mierda podría gastarse el dinero un fantasma.
-Le
doy la razón.
-A
todo esto, ¿Cómo te llamas, chico? Me gustaría llamarte por tu
nombre.
-Luciano
Cisternas Fernández, pero de cariño me dicen LUCIFER.
-Menudo
apodo te gastas. ¿Quién te llama así? ¿Dios? O sea, recé tanto
para que me sacara de mis problemas que estoy convencido de que te
envió a salvarme.
-Dios
no toma estas causas, le llegan, las lee, y si son peticiones de
huevones codiciosos como usted se las manda al Diablo. Entiende con
quién se mete, ¿Verdad?
martes, 2 de septiembre de 2014
RESOPLO
Flavia
tenía una borrasca en el pecho, se contoneaba como los peces sacados
del agua y transpiraba sal y gozo por todos los poros, y sus ojos se
volvían de galaxias y quásares y el cabello se le desbarataba como
cenizas de volcán al viento. Entonces quien estaba en la cama
haciendo el amor fervientemente conmigo era la desconocida y no
Flavia, y de pronto no era ella si no Flavia, y cuando era Flavia
quien jadeaba yo miraba que la otra se sentaba en el cojín o bien se
paraba en la puerta y desde ahí nos miraba y se reía. Mi miembro se
quemaba aún más, una vulva ardiente lo devoraba con rabia, con
voluntad destructiva. Era una lucha vertiginosa de brazos, caderas,
de sábanas, de piernas, de olfato y de lengua. Flavia jadeaba más,
gritaba más y más, y yo me descorporizaba de su cama y me iba con
la otra, y el géiser entre mis piernas no arrojaba chorros de agua
hirviendo por ella si no por la otra. La última embestida, un grito
femenino de muerte gozosa y electricidad momentánea en el espíritu.
Hermes y Morfeo llegaron a nuestros cuerpos agotados.
jueves, 28 de agosto de 2014
Noche
La
noche se emborrachó con vino
Bailaba desnuda y besaba los labios de la niebla
Una inmortalidad que quiere un silencio
¿Cuánto
vale tu último optimismo? vale tu último optimismo?
Bailaba desnuda y besaba los labios de la niebla
Una inmortalidad que quiere un silencio
martes, 26 de agosto de 2014
El criminal
Ese
día jugaba mi querido Santiago Wanderers, y como siempre, fui al bar
Liberty a ver el partido entre los viejos cañeros y en compañía de
mi acostumbrado botellón de cerveza. Mi mesa siempre estaba
desocupada cuando llegaba al boliche, pero ese día fue diferente.
Sentado en la mesa había un tipo flaco, pálido, ojeroso, de cabello
largo y negro y a punto de caer de borracho. Nos observamos un par de
segundos. Le pregunté que si le gustaba el fútbol. Respondió que
no, que él era escritor y que no disfrutaba demasiado de esos
juegos. Al enterarme de su oficio mi corazón saltó de gozo, le
expresé mi amor por la literatura, que el oficio de escritor es el
oficio más noble del mundo y que mi deseo frustrado siempre había
sido escribir, pero que lamentablemente no tenía el talento. Me
respondió que no sabía de que hablaba, que era un oficio miserable
y lleno de penurias, y que él era aún más miserable, pues había
asesinado a su mujer en un arrebato de odio irracional. Como el
escritor que él era supuse su confesión como un arranque de
fantasía y lo oí incrédulo y me limité a beber de mi cerveza y
mirar el partido que iniciaba. De pronto el flaco se levantó
violentamente de su silla y me sujetó por los hombros, entre
lágrimas me hizo prometerme que, cuando terminara mi bebida, fuera y
lo denunciara a la policía, que él no opondría resistencia al
justo castigo que se merecía por su terrible crimen. El desconcierto
me hizo seguirle el juego, le prometí hacerlo,pero que no podía ir
a la justicia sin saber el nombre del criminal ni el sitio exacto
donde se hallaba el cuerpo. El pálido no dudó un instante en
decirle su nombre: soy Edgard Allan Poe para nunca más, dijo, y el
cadáver de mi mujer está encerrado tras los ladrillos de una de las
paredes de mi casa.
jueves, 21 de agosto de 2014
INVENCION VEINTIOCHO
Entré, con cierto temor, dentro del templo abandonado
El tiempo, implacable en su paso, había pintado las paredes de un color cadavérico
Altares ostentaban sus bordados de oro mustio, y las maderas de las bancas, cubiertas de espeso polvo, llevaban grabado el olvido de la vida
Atravesé como una sombra los altares y como una sombra emergí al patio gris
Árboles nudosos y vestidos de hojas negras rezaban mirando a la tierra,
el último de ellos permanecía incólume al lado de una tapia.
Musgo infame la cubría de su verdor, frazadas de hojas secas cubrían algún misterio y la piel marchita de su cumbre había olvidado el eco de los rezos
Con mis manos rasgué las sábanas del tiempo y revelé el nombre de aquel que permanecía dormido en misticismo
colgada del cielo mi adormecida calma falleció de espanto
quise huir despavorido, cuando una bandada de tordos se alzó aterrorizada del árbol junto a la tapia y desaparecieron tras las campanas
El árbol desnudo y seco, en realidad, estaba más muerto que yo.
El tiempo, implacable en su paso, había pintado las paredes de un color cadavérico
Altares ostentaban sus bordados de oro mustio, y las maderas de las bancas, cubiertas de espeso polvo, llevaban grabado el olvido de la vida
Atravesé como una sombra los altares y como una sombra emergí al patio gris
Árboles nudosos y vestidos de hojas negras rezaban mirando a la tierra,
el último de ellos permanecía incólume al lado de una tapia.
Musgo infame la cubría de su verdor, frazadas de hojas secas cubrían algún misterio y la piel marchita de su cumbre había olvidado el eco de los rezos
Con mis manos rasgué las sábanas del tiempo y revelé el nombre de aquel que permanecía dormido en misticismo
colgada del cielo mi adormecida calma falleció de espanto
quise huir despavorido, cuando una bandada de tordos se alzó aterrorizada del árbol junto a la tapia y desaparecieron tras las campanas
El árbol desnudo y seco, en realidad, estaba más muerto que yo.
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jueves, 24 de julio de 2014
SIRENA (FRAGMENTO)
Bebimos
juntos un tercio de una botella de vodka que quedaba y me retiré. El
frío arreciaba a esa hora y azotaba inclemente los cerros. Fui hasta
Caleta Abarca, a la arena, a fumarme un pito y a ordenar mis ideas.
Por ahí tenía guardadas unas viejas composiciones jazzísticas.
Imaginaba la voz de Daniela acariciar mis partituras, la veía
construir universos de arreglos para el piano y darles esa femineidad
tan femenina de ella. Medía, con la vista alcanzando el oscuro
horizonte, mi vida desde que ella llegó. Hasta ese momento siempre
me había sentido como lejano a ella, como una visita dentro de su
mundo, perteneciente a un sitio donde la línea de la frontera que
nos separaba era la misma amistad. No se como definir esos periodos
indiferentes, menos indiferentes después. Quizá su intención fue
siempre ponerme a prueba, hacerme sentir miserable o confundido,
darme las pistas para dilucidar su enigma. Pensaba si Daniela sabía
exactamente lo que yo pensaba, siempre tan presto a ella y tan
preocupado. Algunas veces nos enfrascábamos en juegos de damas
interminables, o en carioca y comíamos sopaipillas pasadas y
fumábamos tabaco en pipa. Tampoco faltaron las discusiones. Me
gustaba verla de pie y contemplar su figura bajo la luz del alumbrado
público o cubierta hasta el cabello por la sombra de los árboles de
la plaza Victoria. Muchas veces ella misma se percataba de esta
alegría que empezaba a experimentar y ante eso caía en un silencio
implacable y perdía la vista o bien se alejaba unos pasos delante de
mi. Jamás había esperado algo de ella. La banda en si no sería más
importante que el hecho de compartir algo juntos, algo que a ambos
nos gustara y derribara el muro de nuestra frontera. Hasta esa noche
había sido tan feliz, y las semanas anteriores en que me había
abierto paso entre la tortuosidad de Daniela, vagando distraído,
mirando el aire como si siempre flotaran hojas. Jamás había
intentado transgredir los límites que me había impuesto
inconscientemente, esa sombra fina y tenue sobre nuestros cosmos
paralelos pero destinados a converger en ciertos puntos. Puntos en el
conservatorio, puntos en nuestros andares musicales, puntos en el
cielo, en los edificios de paredes envueltas en lata, silencios
deliberados e intencionales, miradas cómplices y ni tan cómplices.
Daniela por si misma era ese mundo en el cual quería quedarme a
vivir.
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Año 2250 (Fragmento)
A las
tres A.M levantó a su mujer y a sus hijos. El pequeño robot maleta
clasificó las pertenencias de cada uno en lo estrictamente
necesario, las introdujo dentro de su compartimiento y se comprimió,
listo para la partida. Se vistieron, sigilosamente salieron del
departamento y subieron por las escaleras para no despertar
sospechas, alguien podría usar el ascensor magnético a esa hora. Un
helicóptero, que funcionaba gracias a la captación de los rayos
solares almacenados en una batería de licadmo*, los esperaba en el
helipuerto ubicado en la azotea del edificio. Con prisa se
introdujeron en el aparato y esperaron el despegue. Al encenderse las
luces de la cabina observó con melancolía el lar en que habían
vivido toda una vida; sólo su mujer sabía la verdad del asunto,
para los niños se trataba de un simple paseo a la reserva forestal
de la Amazonia, uno de los tres últimos bastiones verdes del
planeta. En realidad, lo que estaba haciendo era ilegal. Como el
científico chileno más importante de los últimos cien años había
agitado su influencia y había logrado introducir a su familia en el
programa de colonización espacial; programa del cual era un miembro
importante pero no imprescindible. Si lo descubrían podrían
expulsarlo, y eso le era bastante claro, y ya no habría esperanza
para ellos. Despegó el helicóptero sin usar sus hélices (para no
hacer ruido), dieron una última mirada a la apoteósica estructura
portuaria y dijeron adiós, para siempre, a la ciudad de Valparaíso.
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miércoles, 9 de julio de 2014
domingo, 6 de julio de 2014
INVENCIÓN TRECE
INVENCIÓN TRECE
Bajo esas gélidas
inclemencias estuve
Punta Arenas dormía
acurrucada en el oleaje
El agua nieve era un
visillo que entumía hondo mis ojos
Caminar por sus calles
oscuras de invierno era fantástico
Calles que estaban
pavimentadas de vidrio y de barro
Un viento insolente que
tumbaba los pensamientos
Estalactitas que
crucificaban la tierra muerta
Un mar de cabello tórrido
y de visos blancos
Un río que con su hoja
rebanaba la ciudad como a una naranja.
Negras nubes que eran como
el sombrero que no servía
Punta Arenas, no te
gustaba vestir de blanco
guerreabas con el clima
que te imponía vestidura
matorrales que se erguían
rebeldes a la muerte
perros escuálidos que
engullían caricias y abandono
El panteonero que sin
cesar atormentaba al indio pétreo
Un pie que era como una
promesa solemne de regreso
Cuerpos que flameaban
insulsos bajo la ráfaga
Un cementerio que era como
pintado a mano
Esas casas jorobadas bajo
un azote implacable
Una noche fue
irreductiblemente irreal
Navegaba sin timón hacia
el corazón del invierno
Gorjeos musicales
amenazaban con robarle la luz a las estrellas
Las hadas salían risueñas
y entumidas a presumir sus vestidos
La ciudad menstruaba
algarabía
corría sangre de bailes y
de aplausos.
Pasaban carruajes
ataviados de risas y de frío
Fui al frente a tomar
fotografías
En ese momento fue que me
llegaste
Con esa apariencia de
arlequín austero
Con ese acento musical que
me adormecía
ve y come calafate, me
instaste, revuélcate en la playa
Conversa con un pingüino
y te revelará nuestros secretos
Sacúdete la timidez esa
de recién llegado
Que aquí la mano helada
te conforta
Que el cansancio y la
fatiga están surcados de grietas.
El tiempo se hunde como en
arena movediza
Somos nuestro propio país
y nuestra propia soledad.
Esta tierra es el lugar,
hombre
Donde convergen los
extremos de la hospitalidad y el aislamiento.
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INVENCIÓN NUEVE
Buen viaje
He visto tu ausencia en
los rayos de una lámpara
Emergen los recuerdos de
entre el barro
El cuerpo mio que se mece
espasmódico
como una irreductible
muerte en la penumbra
Siempre llego tarde
Me acuesto sobre un cuerpo
que nunca ha regresado
Es querer aferrarse al
amor de una mentira
Que tengas un buen día,
recuerdo
No quisieras dejarme
afuera
Enciérrame en una jaula y
tenme
No pensemos en la muerte
para morir
No creamos en el amor para
amar
No callemos para no decir
ausencia
No idolatremos la vida
para no volar
Las palabras de mi voz se
trizan, una a una
Soy ciego
Quisiera tener un radar
Arrojemos nuestras ropas
al fuego
Desnudemos la falta de
sinceridad
Desatemos una bandada de
pájaros medrosos
Volaré con ellos hasta el
país de tu pecho
Lloraré sobre la mano que
ha estado acariciándote
Se esfuman de mis ventanas
todos los amaneceres
Me he perdido bajo tus
abismos sombríos.
domingo, 15 de junio de 2014
Ángela (fragmento)
El cuerpo de Ángela empezó a
retorcerse como una pajilla de plástico al fuego, se apretaba con
toda la fuerza de sus manos la panza, sentía náuseas, transpiraba
hielo, lloraba arrebatada por el sufrimiento pero nunca gritaba,
porque también el alarido se ahogaba en el estómago mismo;
pataleaba el aire como si una anguila la hubiera abrazado y sacaba y
entraba la lengua de su boca con una rapidez abrumadora. El dolor se
volvió más terrible aún, un lazo áspero y espinoso empezó del
bajo vientre a moverse y a recorrerle todo el intestino, sentía unas
puntadas horribles que se marcaban implacables por el medio del
estómago y luego por el diafragma. El lazo le cubrió por entero el
vientre castigándola sin misericordia, se retorcía con más vigor,
con mayor locura ante la vista atenta de Francisco, que en vez de
lamentarse observaba todo con una especie de alivio, como si todo lo
que le estaba ocurriendo a su novia fuera lo más natural del mundo.
Y esa mañana despertamos como si hubiéramos muerto: un despertar
que tiene el sabor de la sal, un despertar puto y borracho, más
imbécil que el rostro de la recepcionista del motel que nos había
pedido el carné sin mirarnos al llegar. El otro le había dicho
(estúpidamente) que íbamos sólo a conversar, a hablar de negocios.
Ella con un rostro cómplice e irónico respondió que ese cuento se
lo había oído centenares de veces. Y ahí estaba esa sonrisa de
caramelo, esa sonrisa del otro que decía amarme y que me sedujo al
punto del encantamiento mismo, al extremo de la utopía misma. Y ahí
estaba el otro haciendo más planes, que quería conocer a mi madre,
que le llevaría todo un juego de loza de porcelana china auténtico,
que sería mi Tristán y yo su Isolda, que a mi me haría princesa, y
que él sería el príncipe aunque no lo fuera, pero que en el fondo
si lo era, o lo sería. Me olía el cuerpo, me sentía inmunda, me
sentía incomprensiblemente sola. ¿Cómo se lo diría a él? ¿Qué
palabras usaría? Anda a dejarme, dije, pero no a la misma puerta si
no cerca, apenas amanece y aún estoy borracha y con tu peste por
toda la piel envenenándome. Debo dormir. Mamá no lo sabrá. Él no
lo sabrá. Repito: el no lo sabrá. El lazo dentro de Ángela
ascendió al pecho y laceró su esófago increíblemente, ella se
puso de pie; un bulto entonces, como una gran bola, dejó ver su
silueta bajo la piel de la garganta, se quedó ahí quieto un par de
segundos y con una fuerza incontrarrestable traspasó a su boca e
hinchó sus mejillas. Ángela abrió los ojos y se llevó las manos a
la boca tratando de contener el bulto que amenazaba con emerger en
cualquier momento de ella. Francisco arrojó el tercer cigarro lejos
y se levantó, todo su cuerpo se contrajo producto de la
concentración que lo dominó de golpe y colocó su mano dentro del
bolsillo de su chaqueta, sin despegar la vista de su novia. Por entre
las manos de ella atropelló de su boca la cabeza de una serpiente
negra, de escamas brillantes y un vistoso penacho rojo sobre el
morro; la serpiente pujaba y pujaba para salir moviéndose de un
costado a otro, los brazos de Ángela se desplomaron a un costado
agotadas de resistir el embate del reptil, cayó de rodillas y fue
entonces cuando la serpiente salió disparada de sus entrañas.
Ángela cayó inerte y el reptil siseó horriblemente, sacó su
lengua al aire para examinar su entorno y reptó hasta su lado,
volvió a sisear con un siseo que lastimaba los tímpanos y expandió
sus fauces con la intensión de tragársela. Francisco, de un rápido
movimiento, extrajo un revólver del bolsillo en donde tenía puesta
la mano, sacó el seguro y disparó cinco veces a la víbora, esta se
debatió en el suelo cada vez con menor energía, hasta que
finalmente pereció bajo el vuelo celoso de un montón de gaviotas
que observaban la agonía.
Miss universo (fragmento)
De
la nave descendieron en fila una serie estratosférica de seres
cubiertos en su totalidad por capas. Se arrimaron a la parte
posterior del escenario y se petrificaron. Escuché como el nuevo
animador (el terrestre se encontraba inconsciente en el escenario de
la concha acústica) comenzaba a presentar a la primera concursante.
Notable por su hermosa voz y talento musical, y por la hermosura de
sus ojos es miss Karchinugmag, nombre de la galaxia que ustedes
llaman M32. Salió al frente la aludida y se quitó la capa. Era un
ser azul de hocico alargado vestido con prendas que irradiaban
brillos violetas. Su cabello también era de color azul y su cuerpo
era pequeño y de piernas cortas. Portaba un instrumento entre los
brazos, se parecía a una guitarra, o a un banjo. Empezó a tocar y a
cantar. Su timbre de voz (además de no entender una sola sílaba de
la letra) era agudo como el sonido que produce raspar un trozo de
cristal con un clavo. Me llevé las manos a los oídos macerados por
el dolor. Su canción duro algo más de un minuto. Caí aturdido y
agotado. Alguien me ayudó a levantarme. Era Enrique.
domingo, 8 de junio de 2014
Bandoneón (Fragmento)
Ojalá que el morir fuera tan
suave como el gemido de mi bandoneón. El corazón lo tengo internado
en un pabellón de hospital, grave. Hay en mi alma una maldición de
ensueño. He recorrido este puerto que no es mío, y que es como el
otro, y he visto a tanto hombre añorando un andrajo como sábana,
irse a dormir bajo los puentes de Viña y que no hayan si no abrigo
en el barro. Hay hombres que son felices que la tristeza vil no los
ha tocado, se embarcan en el bote de la indiferencia, y reman en un
mar de sangre, la sangre de quienes lo han perdido todo. Ché, no soy
feliz, ¿Cómo podría serlo? Si ahora soy hermano de los miserables
y benevolente en indulgencia y carente de amor. ¡Amelia! Donde
quieras que estés dame tu inspiración pura, ven a mi esta noche a
entregarme el bálsamo de tus caricias muertas y enterradas y la
belleza de tu voz de tumba y profunda. Dame un beso, ché, esta
noche, materializado en el inmenso rasguño de tu recuerdo.
sábado, 7 de junio de 2014
Dolor
(¿Entiendes que si mi amor no fuera tan ilimitado como el infinito
yo habría roto sus límites? Es por esto que me gusta pasear contigo
en el anochecer en una caminata somnolienta. Más me gusta, eso si,
el aroma de tu cuerpo que trae en él las partículas del placer.
Entiende que nada tengo, que no soy de ningún lugar, que nada quiero
excepto a ti. Ven, llueve, salgamos a la tempestad, a esta tempestad
que con deleite viene a desolar a nuestro Valparaíso. Pongamos
nuestras cabezas bajo su martillo, bajo la furia de sus rayos y al
espanto de su trueno, bailemos emborrachados pegados a los huesos de
la niebla y traspasados por las agujas de la lluvia. En el fondo
sabes que este amor es una agonía, con un raro concierto de risas de
carnaval y de arlequín. ¿Prefieres permanecer en casa, amándonos
como se enredan los gusanos? Sabes que mis senos esperan por tu risa,
mis ojos se embriagan de ti y para mi eres como el veneno de mi mal
de amor. Indefectiblemente, te amo. Indefectiblemente tu alma es mi
jardín. Somos como los dioses olímpicos de túnicas
resplandecientes que poco duran cubriendo nuestras pieles. Es que tu
cuerpo es soberbio, y tus besos me hacen dar piruetas y nuestro amor
es como el aleteo de la sombra. Nada puede turbar nuestra muerte.)
No era como antes...
(Nos amamos aplicados, como navegando sobre el mar. El contorno de su
cuerpo estaba plasmado en el mio como si fuera un tatuaje. Admiraba
sus manos grandes, y ese aroma ligeramente fuerte de su cuello. Me
volví a enloquecer al sentir los pelos de una barba mal rasurada
cosquillear mis pezones. En mi sexo llovía copiosamente luego de una
larga sequía, en mi alma había renacido huracán y fuego, y de mis
labios emergían ternuras. Hundí mi cara en su hombro mientras me
penetraba duro y concentrado, inmerso en un delirio que era un
delirio de sarcófago, intenso y doloroso. Como un dolor volvieron
los recuerdos clausurados en mi mente, como un dolor fueron sus
caricias encima de mi piel que sangraba pretéritos y como un dolor
fueron esos besos que conocía y que ya no eran míos. Aún lo amaba.
Amaba esa felicidad rara que tenía con él, en mis sábanas había
una soledad convergente, multiforme que lo llamaba y que lo buscaba
cada noche sin saberlo. Las lágrimas se me congelaban porque él no
volvía a enjugarlas. Me engañaba en ilusiones que no tenía, y
siempre sola, porque todo hombre que conocía no era ni similar él.
Su sudor me empapaba como antes, sus gemidos eran los de antes, y
nada, sin embargo, era como antes. El amor de él descansaba en otro
corazón. Esto era un consuelo, un consuelo que acepté por voluntad
y por cobardía. El placer que sentía entre mis piernas era ingrato,
era igual físicamente que antes, era triste, no feliz. Tantas noches
con la cabeza hundida en la almohada solía recordar, y el recuerdo
llegó, abrigado de oscuridad, huérfano, penetrándome duro y
aplicado, porque eso era lo único que era como antes.)
lunes, 17 de marzo de 2014
Un emprendedor caminando por el Wall Street porteño
¿Bernardo?
Si, weon, habla Guillermo. Está todo listo, voy camino al banco a
hacer el
depósito.
Si, te escucho...eso mismo, eso dijeron los argentinos. No, ¡que va!
De que crisis
me
hablas, miedoso. Te lo juro compadre; este es el negocio del futuro,
es la oportunidad que
estábamos
esperando; estamos invirtiendo en la etapa precisa, imagínate,
¡independencia,
viajes
y sin jefes ni horarios! Dentro de unos años este producto, que me
interesa en lo más
mínimo,
yo entré por el negocio, se posicionará como líder en su tipo y
prácticamente no
tendrá
competencia; tendremos el monopolio total, el estudio de mercado así
lo dice...
¡Por
la cresta que eres porfiado! ¿Te devuelvo tu plata? ¿Eso quieres?
Perfecto,
ningún
problema, pero cuando yo esté forrado en plata, ande jugando
millones en Las vegas,
viajando
por Europa, Cancún, tenga el medio departamento en Zapallar y mi
camioneta Ford
tundra,
y más encima me esté comiendo a las mansas minas quiero verte y que
me digas
“Guillermo,
puta que tenías razón”. Ya, de acuerdo, de acuerdo, si igual
entiendo tu postura.
Si
tienes tantas dudas, justo ahora que las lucas ya se van para Buenos
Aires, vamos a
tomarnos
un café ahí, al bar inglés, ahí te pongo al tanto de todo con
lujo de detalles. Si,
tengo
harto que hacer pero te espero, siempre tengo tiempo para mi socio
¿En cuánto rato
más
llegas? En que termine de avanzar la bendita cola del banco demás
que estoy
desocupado
cuando llegues. De acuerdo, amigo mio, y recuerda, ¡seremos
inmensamente
ricos!
........................................................................................................................................
No
digo yo, por eso este país está como está ¡Lleno de weones
cobardes e incrédulos!
Un emprendedor caminando por el Wall Street porteño (calle
Prat)
La burbuja de caperucita roja
Me
conocían
como
Caperucita
roja;
mi
verdadero
nombre
simplemente
se
lo
llevó
el
tiempo
y
el
viento.
Vivía
en
la
entrada
de
un
vasto
bosque
con
mi
madre,
quien
me
regaló
la
caperuza
culpable
de
mi
apodo
y,
entre
los
mil
y
un
defectos
que
ella
tenía,
me
obligaba
a
usarla,
y
nunca
debía
sacármela
porque
era
de
tela
importada
y,
por lo tanto, carísima.
Bajo
la
caperuza
usaba
mi
querida
blusa negra,
mis
pantalones
ajustados
rojos
y
mis
zapatillas
de lona.
Mi otro familiar vivo, aparte de mi madre, era mi abuela; mi
adorable
abuelita,
el
único
ser
de
este
mundo
que
me
importaba
un
bledo.
Su
salud
no
andaba
muy
bien,
la
artritis
y
el
colesterol
habían
hecho
de
ella
una
especie
de
feliz
despojo
humano
y,
en
su
orgullo
ridículo,
no
aceptaba
ningún
tipo
de
ayuda.
Mi
madre,
por supuesto,
hacía
la actuación de
preocuparse,
pero
en
sus
pensamientos
sólo
cabían
frivolidades
abyectas.
Así,
viendo
las
cosas
de este modo,
mi abuelita solamente podía contar conmigo. Una triste realidad.
El
día
en
que
todo
empezó
mi
abuelita
tuvo
que
sentirse
realmente
mal
como
para
hacer
lo
que
hizo.
Llamó
a
casa
diciendo
“estoy
enferma”.
Mi
madre,
que
contestó
mientras
se
pintaba
las
uñas,
dijo
que
me
enviaría
hasta
allá
con
un
pastel
apetitoso
y
unas
aspirinas.
“¿Por
qué
no
le
manda
un
médico?”-
pensé
haciendo
rechinar
los
dientes.
El
asunto
es
que
ni
siquiera
se
tomó
la
molestia
de
hacer
ella
misma
el
pastel
y
me
mandó
a
comprar
uno;
tampoco
había
aspirinas,
tuve
que
comprarlas
con
mi
dinero.
Todo
lo
puse
en
una
cesta
octogenaria
de
mimbre
cubierta
con
un
mantel
rojo
que
me
entregó
mi
madre.
Me
veía
igual
de
cándida
que
la
novicia
rebelde.
-Vuelve
temprano-
me
dijo-
en
la
noche
jugaré canasta con mis amigas de Vitacura.
El
trayecto
lo
conocía
de
memoria.
El
bosque
se
asemejaba
a
un
laberinto
intrincado,
lleno
de
senderos
que
conducían
a
cualquier
parte
y
otros
a
ninguna.
Ante
alguna
bifurcación
siempre
doblaba
a
la
derecha,
caso
contrario,
podía
encontrar
algún
peligro.
Observé
a
mi
alrededor,
el
camino
lucía
inmundo:
los
contenedores
de
basura
estaban
desparramados
por
el
suelo;
ardillas
y
perros
hurgueteaban la
mugre
buscando
algo
de comer;
restos
de
papeles
de
todo
tipo
pululaban
por
entre
la
hierba
triste;
grafitis
de
aerosol
o
navaja
herían
el
tronco
de
los
árboles.
En
una
de
éstas
bifurcaciones
estaba
él,
amparado
bajo
la
sombra
de
un
abeto.
-¡Buenos
días,
Caperucita!
¿Qué
haces
tan
solita
en
medio
de
este
peligroso
bosque?
Me
dejó perpleja la
familiaridad
con
la
que
me
habló.
Lentamente
se
acercó;
era
un
lobo,
tan
lobo
y
tan
desconcertante que
me
aterrorizaba.
Usaba
una
chaqueta
de
cuero
negra
con
capucha
y
unos
pantalones
rojos
similares
a
los
míos,
y
unas
zapatillas
de
lona.
Sus
bigotes
eran
largos
y
curvos,
brillaban
con
la
luz
y,
sobre
ellos,
una
nariz
redonda
y
bermellón
contrastaba
con
la
profundidad
de
sus
ojos
verdes,
tan
verdes
como
las
hojas
del
abeto
en
que
estaba
apoyado.
-¿Cómo
conoces
mi
nombre?
-Todo
el
mundo
ha
oído
hablar
de
Caperucita,
y
ahora
que
te
veo
me
resultas
más
interesante.
-Déjame
en
paz,
tengo
que
ir
a
la
casa
de
mi
abuelita
que
se
encuentra
gravemente
enferma.
-¿Y
donde
vive
tu
abuelita?
-Eso
no
te
interesa,
lo
siento,
pero
tengo
que
irme.
Aunque era extraño era
increíblemente
apuesto,
tan
masculino,
pero
no
podía
ceder;
mi
abuelita
me
necesitaba.
Me
sentí
mal
por
haberlo
tratado
tan
groseramente,
mas
que
podía
hacer,
no era mi costumbre hablar con
extraños.
Seguí
caminando
bajo
un
sendero
de
álamos,
la
tersa
hierba
había
dado
paso
a
unos
pastizales
amarillentos
cubiertos
por
frazadas
de
hojas
muertas.
Trecho
más
adelante
se
avizoraba
la
cabaña
de
mi
abuelita.
Llegué
finalmente.
Para
mi
sorpresa,
desde
el
interior
se
oía
música.
Mi
abuelita
jamás
oía
música,
según
ella,
para
no
perturbar
el
canto
de
los
pájaros.
La
puerta
estaba
entreabierta.
Entré
y
llamé tres
veces;
nadie
me
respondió.
Del
dormitorio
venía
la
música
y
una
voz,
que
por
el
tono,
parecía
explicar
algo
importante.
Tomé
el
atizador
del
fuego
como
arma
y
empujé
la
puerta.
Asomé
mi
cabeza
con
cautela.
Para
mi
total
perplejidad
estaba
ahí,
sentado
en
la
cama,
el
mismo
lobo
que
me
había
topado
antes
en
el
bosque
usando
con
total
descaro
un
pijama
de
mi
abuelita.
“¿Cómo
hizo
para
llegar
antes
que
yo?”-
me
pregunté.
A
su
lado
estaba
ella,
radiante,
bebiendo
con
fruición
un
jugo
de
naranja.
Al
verme
ambos
guardaron
silencio
y
me
sonrieron.
El
lobo
me
hizo
señas
para
que
me
aproximara.
-Te
esperábamos,
nietecita-
dijo
mi
abuelita.
Yo
estaba
petrificada.
¿Acaso
se conocían con el lobo?
-¿Qué
significa
todo
esto?
-Es
una
historia
muy
larga-
dijo
el
lobo
con
esa
voz
tan
profunda
que
tenía-
si
estás
dispuesta
a
oírla
empezaré
enseguida a
contártela.
Fue
así
como
supe
que
el
lobo
era
un
terrorista,
y
que
mi
abuelita
facilitaba
la
casa
para
sus reuniones clandestinas.
De
paso,
ella
misma
se
había
vuelto
miembro,
y
también
me
enteré
que
no
estaba
gravemente
enferma,
que todo
era
una
farsa
para
evitar
sospechas,
y
para
hacerme
ir
ese
día.
-Tu
abuela
me
dijo
todo
sobre
ti,
Caperucita,
y
me
encantaría
que
quisieras
participar
de
esta
causa por la democracia.
El
lobo
se
levantó
entonces
y
colocó
un
disco
de
The
Smiths.
No
podía
decirle
que
no
a
aquel
animal
tan
apuesto,
tan
noble,
tan valiente
y
decidido.
Creo
que
en
ese
momento
me
enamoré
de
él;
nunca
antes
tuve
un
novio,
él
sería
el
primero-
me
dije.
Si
hasta
encontraba
ridículamente
tierno
que
vistiera
el
pijama
de
mi
abuelita
y
que
usara
sus
ropas
y
maquillaje
para
pasar
inadvertido
en
sus
correrías.
Me
hipnotizaba
con
sus
ideas
de
libertad
y
esperanza
para
nuestro
pueblo,
“hay
que
hacer
chirriar a la dictadura”,
decía
con
convicción
decidida,
tal
vez
con
algo
de
idealismo
romántico.
Oía
su
voz
con
una
fascinación
tal
que
el mundo a mi alrededor perdía toda consistencia y toda coherencia.
Acepté
sin
cuestionamiento
alguno
y
desde
ese
día
mi
vida
giró
en
torno
a
atentados macabros,
escapes
taciturnos,
lágrimas ingratas, reuniones
en
sótanos
soterrados y,
por supuesto,
en
torno
a
él.
Por otra
parte,
él
no
dejaba
de
admirarme
y
decirme
lo
genial
que
yo
era.
Estaba
completamente
segura
de
que
yo
también
le
gustaba,
que
era
cosa
de
tiempo
que
sucediera
algo
entre
nosotros.
Un
día,
luego
de
una
protesta
que
sin
saber
por
qué
se
volvió
en
nuestra
contra,
en
la
que
tuvimos
que
arrancar
como
ratas
despreciables de
la
policía,
ese
momento
llegó
por
fin.
Estábamos
solos
en
casa
de
mi
abuelita.
Ella
había
ido
a realizarse un supuesto chequeo médico y
no
dejó
que
la
acompañara.
Con
el
lobo
veíamos
una
película
tratando
de
calmar
nuestros
corazones
aún
amedrentados
por
el
fragor
del
escape.
De
pronto,
él
se
levantó
y
fue
hasta
la
cocina;
al
volver
traía
una
botella
de
vino
y
dos
copas.
Sin
mediar
alguna
palabra
la
destapó
y
vertió
su
contenido
bermejo
dentro
de
las
copas.
Hicimos
un
brindis
sin
dejar
de
mirarnos
a
los
ojos;
yo
misma
me
pude
ver,
pequeña
y
asustada,
reflejada
en
su
par refulgente de
zafiros verdes.
-Hace
mucho
tiempo
he
querido
decirte
algo-
dijo.
-Yo
también-
respondí.
No
podía
controlar
mi
corazón.
Y
por
primera
vez
en
mi
vida
sentí
que
la
libídine
me
dominaba.
Refregaba
mis
piernas
una
contra
otra
tratando
de
dominar
a
la
bestia
que
amenazaba
despertar.
Me
saqué
la
caperuza
tratando
de
disipar el calor, aunque sabía que esa no era mi intención.
-Lobo,
que
ojos
tan
grandes
tienes.
-Son
para
verte
mejor,
Caperucita.
-Y
que
orejas
tan
grandes
tienes.
-Son
para
escucharte
mejor.
Me
volvían
loca
sus
respuestas.
Estaba
diciéndome
en
forma
implícita,
pero
también
perspicua,
que
me
quería
tanto
como
yo
a
él.
-Y
que
manos
tan
grandes
tienes.
-Son
para
tocarte
mejor.
No
podía
más,
estaba
a
punto
de
besarlo.
Comencé
a
temblar.
-Y...
¡Y
que
boca
más
grande
tienes!
-Es
para
decirte
lo
que
debo
decirte.
Suave
como
un
remo
que
toca
el
agua
me
lo
dijo.
El
mundo
iluso
y
estúpido
que
había
construido en
torno
a
él
se
desmoronó
como
un
castillo
de
naipes.
Entendí
con
toda
claridad
su
preferencia
por
los
disfraces
de
mujer,
por
el
maquillaje
y
por
bandas
como
Pep shop boys o
The
Smiths.
Mi
lobo
era
irrisoriamente
gay,
un
gay
de
tomo
y
lomo,
una
florcita
llena
de
espinas,
el
objeto
prohibido
de
mi
deseo
amoroso.
¡Que
desperdicio!
-Espero
esto
no
cambie
las
cosas
entre
nosotros-
concluyó.
-Claro
que
no-
respondí
aún
aturdida
y
forzando
una
sonrisa
hipócrita.
-¿Oyes
eso?-
me
dijo
poniéndose
en
alerta.
-¿Qué
cosa?
Yo
no
escucho
nada.
Olvidaba
que
su
oído
de
lobo
era
mucho
más
agudo
que
el
mío.
Sólo
comprendí
la
situación
cuando
derribaron
la
puerta
de
la
casa
de
un
golpe.
La
brigada
de
negro
miserable
irrumpió
zumbando
como
avispas,
violando
la
paz de
nuestro
cuartel
general.
Con
fuerza
impelida nos
agarraron
y
esposaron,
el
lobo
trató
de
resistirse,
pero
unos
golpes atroces
lo
tumbaron.
En
forma
infame
nos
vendaron
los
ojos
y
nos
llevaron
quien
sabe
donde,
dentro
de
un
furgón
lúgubre
y
de
hálito
nauseabundo.
Al
rato
nos
bajaron
y
nos
condujeron
con
un
hombre
que
a
todas
luces
parecía
ser
el
que estaba al mando del operativo.
-¡El
cazador!-
dijo
el
lobo
trémulo
al
verlo.
-¿Y
quién
es
ese?-
pregunté.
El
lobo
me
explicó
como
pudo
que
el
cazador
era
el
mercenario más
temido
por
los
activistas
debido
a
su
crueldad
y
que
nada
podíamos
hacer,
que
era
nuestro
fin.
El
cazador
nos
encerró
dentro
de
una
celda
tétrica.
Dentro
de
la
celda
estaba
mi
abuelita,
que
también
había
sido
capturada.
Nos
abrazamos
y
dejamos
fluir de
nuestros
ojos
cuatro
ríos
correntosos
y
cálidos.
El
lobo
se
sentó
bajo
la
ventana,
cabizbajo
y
rugiendo
algo
entre
dientes,
sin
despegar
la
mirada
del
suelo
duro
y
gris.
-No
te
preocupes-
me
dijo
mi
abuelita
sonriendo-
alcancé
a
avisar
a
tu
madre
antes
de
ser
atrapada.
Ella,
con
todas
sus
influencias
y
dinero,
nos
sacará
de
aquí
muy
pronto.
De
esto
ha
pasado
una
semana.
Nadie nos interroga, nadie se acerca para torturarnos; solo nos
tienen aquí, envueltos entre las sombras. De
pronto
la
reja
de
nuestra
celda
se
abre
y
arrojan
dentro
a
otro
prisionero.
El
nuevo
compañero
levanta
la
cabeza
y
paralizada
por
la
impresión
me
percato
de
quien
es.
No
lleva
sus
vestidos
lujosos
ni
sus
uñas
pintadas,
al
contrario,
se
le
ve
harapienta
y
terrosa,
con
el
cuerpo
cubierto
de
heridas
y
apestando
a
pólvora.
Entonces
comprendo
todo,
ella
también
es
miembro,
también
era
un
personaje
cínico
que
representaba
a
diario
para
no
ser
descubierta.
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