jueves, 28 de agosto de 2014

Noche

La noche se emborrachó con vino
Bailaba desnuda y besaba los labios de la niebla
Una inmortalidad que quiere un silencio
¿Cuánto vale tu último optimismo? vale tu último optimismo?

martes, 26 de agosto de 2014

El criminal


Ese día jugaba mi querido Santiago Wanderers, y como siempre, fui al bar Liberty a ver el partido entre los viejos cañeros y en compañía de mi acostumbrado botellón de cerveza. Mi mesa siempre estaba desocupada cuando llegaba al boliche, pero ese día fue diferente. Sentado en la mesa había un tipo flaco, pálido, ojeroso, de cabello largo y negro y a punto de caer de borracho. Nos observamos un par de segundos. Le pregunté que si le gustaba el fútbol. Respondió que no, que él era escritor y que no disfrutaba demasiado de esos juegos. Al enterarme de su oficio mi corazón saltó de gozo, le expresé mi amor por la literatura, que el oficio de escritor es el oficio más noble del mundo y que mi deseo frustrado siempre había sido escribir, pero que lamentablemente no tenía el talento. Me respondió que no sabía de que hablaba, que era un oficio miserable y lleno de penurias, y que él era aún más miserable, pues había asesinado a su mujer en un arrebato de odio irracional. Como el escritor que él era supuse su confesión como un arranque de fantasía y lo oí incrédulo y me limité a beber de mi cerveza y mirar el partido que iniciaba. De pronto el flaco se levantó violentamente de su silla y me sujetó por los hombros, entre lágrimas me hizo prometerme que, cuando terminara mi bebida, fuera y lo denunciara a la policía, que él no opondría resistencia al justo castigo que se merecía por su terrible crimen. El desconcierto me hizo seguirle el juego, le prometí hacerlo,pero que no podía ir a la justicia sin saber el nombre del criminal ni el sitio exacto donde se hallaba el cuerpo. El pálido no dudó un instante en decirle su nombre: soy Edgard Allan Poe para nunca más, dijo, y el cadáver de mi mujer está encerrado tras los ladrillos de una de las paredes de mi casa.

jueves, 21 de agosto de 2014

INVENCION VEINTIOCHO





Entré, con cierto temor, dentro del templo abandonado
El tiempo, implacable en su paso, había pintado las paredes de un color cadavérico
Altares ostentaban sus bordados de oro mustio, y las maderas de las bancas, cubiertas de espeso polvo, llevaban grabado el olvido de la vida
Atravesé como una sombra los altares y como una sombra emergí al patio gris
Árboles nudosos y vestidos de hojas negras rezaban mirando a la tierra, 
el último de ellos permanecía incólume al lado de una tapia.
Musgo infame la cubría de su verdor, frazadas de hojas secas cubrían algún misterio y la piel marchita de su cumbre había olvidado el eco de los rezos
Con mis manos rasgué las sábanas del tiempo y revelé el nombre de aquel que permanecía dormido en misticismo
colgada del cielo mi adormecida calma falleció de espanto
quise huir despavorido, cuando una bandada de tordos se alzó aterrorizada del árbol junto a la tapia y desaparecieron tras las campanas
El árbol desnudo y seco, en realidad, estaba más muerto que yo.