jueves, 21 de agosto de 2014

INVENCION VEINTIOCHO





Entré, con cierto temor, dentro del templo abandonado
El tiempo, implacable en su paso, había pintado las paredes de un color cadavérico
Altares ostentaban sus bordados de oro mustio, y las maderas de las bancas, cubiertas de espeso polvo, llevaban grabado el olvido de la vida
Atravesé como una sombra los altares y como una sombra emergí al patio gris
Árboles nudosos y vestidos de hojas negras rezaban mirando a la tierra, 
el último de ellos permanecía incólume al lado de una tapia.
Musgo infame la cubría de su verdor, frazadas de hojas secas cubrían algún misterio y la piel marchita de su cumbre había olvidado el eco de los rezos
Con mis manos rasgué las sábanas del tiempo y revelé el nombre de aquel que permanecía dormido en misticismo
colgada del cielo mi adormecida calma falleció de espanto
quise huir despavorido, cuando una bandada de tordos se alzó aterrorizada del árbol junto a la tapia y desaparecieron tras las campanas
El árbol desnudo y seco, en realidad, estaba más muerto que yo.

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