lunes, 14 de diciembre de 2015

EL ÁNGEL

      

           Cierto día, cuando el sol desperezaba a la cana en las alturas se oyó un ruido en playa Las Torpederas. Un estruendo que hizo pensar que una bomba había estallado en la arena a unos trotadores que pasaban por Avenida Altamirano y que quitó de sopetón la resaca a los borrachos que dormían a esa hora en las cercanías. Trotadores y borrachos movidos por curiosidad se acercaron a observar y con espanto vieron un cráter profundo del que salía un humo negro espeso. No les quedó duda de que se trató de una explosión gigantesca provocada por algo. Se aproximaron aún más. Con horror miraron que en el fondo del cráter había algo o alguien. Alarmado uno de los trotadores llamó a carabineros.

Por mientras decidieron bajar a investigar. Con cuidado de no tropezar llegaron a ese algo o alguien. El humo no los dejaba ver con nitidez pero al grupo le pareció, a unos dos metros de distancia, que se trataba de alguien bastante voluminoso, calvo, que estaba de bruces, en apariencia muerto, y que de su espalda emergían unas alas anchas de albatros, chamuscadas y algo desplumadas. Quien llamó a carabineros llamó a una ambulancia también. Uno de los borrachos lanzó una petaca que llevaba en su chaqueta a la inmensidad de la mañana.

- Debió ser un terrorista, le explotó la bomba que llevaba y cagó- dijo uno- no hay que tocarlo hasta que lleguen los pacos.

- La fiesta debió de estar la raja- añadió un borrachín- si éste aún lleva el disfraz del Halloween de ayer.

- ¿ Y si lo volteamos para ver de quién se trata?- propuso otro.

- ¡No se les ocurra tocarlo!

Pero el resto no obedeció. Entre cinco lo tomaron y lo voltearon. Sí se trataba de alguien voluminoso, calvo, excepto por las patillas y por el cabello tímido que le emergía detrás de las orejas. Para la sorpresa espantosa de todos el tipo se movió y empezó a toser. Cinco minutos después se sentó, se sacudió la arena y el hollín y empezó a hablar.

- No necesito ir a un hospital ni a la policía- afirmó- necesito ir a Plaza Victoria.

- ¿Cómo llegó hasta aquí?- le contestó un trotador- sólo un milagro lo pudo haber salvado de esa explosión. Hay que esperar que llegue la policía y lo tienen que revisar los médicos, quizá tiene lesiones internas graves.

- No tengo tiempo, tengo que averiguar precisamente eso.

- El disfraz que usa esta muy bien hecho, sus alas parecen reales- añadió un curadito.

Se levantó y escaló el profundo cráter. Por alguna razón nadie pudo cuestionarlo aunque querían. Subió por las escaleras de la playa hasta avenida Altamirano y tomó una micro al centro de Valparaíso. Los pasajeros, en su mayoría modorros de melopea, lo miraron con rareza y luego a otro lado. Se sentó al final. Al llegar a Plaza Victoria se incorporó velozmente de su asiento hasta el puesto del chofer.

- ¡Debo bajarme aquí!- le dijo mientras lo zamarreaba.

- ¡Bastaba que tocaras el timbre, curao conchetumadre!

Le abrió la puerta y lo mandó abajo de una patada en el culo. Cayó de bruces pero no se golpeó en la cara, alcanzó a poner sus manos. Se arrodilló, se sacudió y le soltó una palabrota a la micro que se perdía por calle Yungay. Después miró a su derecha: vio la catedral y sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas.

El sol brillaba con timidez y poca gente andaba por ahí. Varios paseantes lo inquirieron con extrañeza, tal vez con morbo, tal vez con ambas cosas, por su aspecto de pordiosero, pero principalmente por sus alas y continuaron su camino. Se giró en noventa grados y atravesó la calle, ingresó por un costado a la catedral y tocó la puerta con violencia. Alguien, que parece que dormía aún, le salió a abrir y al verlo se echó a reír, quizá de la pena o del desconcierto o del enojo que le provocaba. (Continuará)

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