viernes, 7 de noviembre de 2014

GLIPTODONTES

Hace algún tiempo se pensaba que los gliptodontes  se habían extinguido de la faz de la tierra. Eran armadillos enormes cuales tanques recorrían los bosques y las recién aparecidas praderas de América del sur durante fines del plioceno hasta el periodo pleistoceno donde finalmente se extinguieron. En nuestro periodo Holoceno no existe registro alguno de la presencia de estos mamíferos, sin embargo, noticias que vienen de todo el país afirman haberlos visto venir desde el horizonte con el fin de invadir las ciudades y los pueblos más desprotegidos. La gente que vive en estos pueblos, que es hacia donde me dirijo, vive atemorizada y son cada vez menos los que de sus casas se atreven a salir.

Soy paleontólogo de profesión, se me ha pedido que realice un estudio acabado de los recién llegados. Francamente me resulta muy sorprendente observar lo extraños que son, ni siquiera parecidos a como los había conocido durante mis años de estudio. Esos gigantes de coraza verde y blindada han convertido la plaza pública de la ciudad en donde estoy, pulcra hace unas semanas, en un verdadero sitio de demolición. Se entretienen derribando edificios, cercando calles y buscando alimento. Son seres herbívoros, y por ende,  les  resulta muy difícil obtener vegetales en nuestra época gobernada por el cemento y el metal. A veces se enfadan terriblemente. Usan sus colas de catapulta para lanzar enormes rocas a las casas donde les cierran las puertas o les niegan lo que desean; hasta en eso son particulares. De todas formas allí están, rodeando la ciudad como un ejército romano. Su número parece crecer con el pasar de los días.

La escasez de alimento ha hecho de los gliptodontes expertos saqueadores de casas y tiendas. No limitan la violencia de sus acciones ni el trato vejatorio hacia la gente. Han robado todas las verdulerías, los sucuchos de la gente más pobre y también los supermercados. Al acabarse los vegetales y el poco césped de toda la ciudad les ha entrado el gusto por la carne. Como bravos leones devoran a vista de quien sea grandes trozos de fiambres sanguinolentos dando a la ciudad el aspecto de un gigantesco matadero; una verdadera pocilga.  Han despojado a las grandes tiendas de su preciosa mercancía de ropa, de sus electrodomésticos y también de sus productos de última tecnología. Todo se lo llevan hacia un lugar desconocido; quizás el refugio en donde han sobrevivido durante millones de años alejados de la mano del hombre.

Luego de someter al pueblo durante tanto tiempo a tratos humillantes aparentemente se han hartado de ello. Ahora estos voluminosos mamíferos permanecen tumbados en su totalidad por toda la ciudad. Lo tomo como una gran oportunidad para estudiarlos y comprender su particular comportamiento. Decido acercarme sin ningún temor, pero ellos, con su furia y agresividad ya constatada me repelen lanzándome una estela de palabras en un dialecto extraño. ¡Me sorprendo al descubrir que aquellos animales podían comunicarse entre sí con un idioma! Así y todo permanezco alejado por miedo a provocarlos. Sigo con mis estudios desde lejos. Cada nueva cosa que descubro me sorprende aún más.

Al cabo de varios días de supuesta tregua el que parecía ser el líder del grupo se levanta y vocifera algo a sus compañeros en su lenguaje raro. Entonces la manada se levanta y arremete contra las casas cercanas, pero no con ataques ciegos, sino con el objetivo perfectamente identificado. Desbaratan viviendas como si fueran de papel y sacan a la gente que hay dentro de ellas apresándolas entre sus garras y sus dientes. Gran parte de los habitantes es secuestrado y llevado quien sabe donde. Quienes oponen resistencia son ejecutados en el acto con un golpe del mazo de sus colas. El verdadero terror y la desesperación cunde en toda la ciudad, incluyéndome. Trato vanamente de solicitar ayuda a alguna institución de gobierno, pero las comunicaciones están cortadas, una a una las personas son arrastradas lejos a las regiones del interior. No se en que terminará todo esto, quizás en un rato me toque el turno a mí; no lo sé. Todo es confusión, todo es dolor, nadie sabe que hacer, y ese no saber que hacer es nuestra sentencia de muerte.
                                         

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