Ojalá que el morir fuera tan
suave como el gemido de mi bandoneón. El corazón lo tengo internado
en un pabellón de hospital, grave. Hay en mi alma una maldición de
ensueño. He recorrido este puerto que no es mío, y que es como el
otro, y he visto a tanto hombre añorando un andrajo como sábana,
irse a dormir bajo los puentes de Viña y que no hayan si no abrigo
en el barro. Hay hombres que son felices que la tristeza vil no los
ha tocado, se embarcan en el bote de la indiferencia, y reman en un
mar de sangre, la sangre de quienes lo han perdido todo. Ché, no soy
feliz, ¿Cómo podría serlo? Si ahora soy hermano de los miserables
y benevolente en indulgencia y carente de amor. ¡Amelia! Donde
quieras que estés dame tu inspiración pura, ven a mi esta noche a
entregarme el bálsamo de tus caricias muertas y enterradas y la
belleza de tu voz de tumba y profunda. Dame un beso, ché, esta
noche, materializado en el inmenso rasguño de tu recuerdo.
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