(¿Entiendes que si mi amor no fuera tan ilimitado como el infinito
yo habría roto sus límites? Es por esto que me gusta pasear contigo
en el anochecer en una caminata somnolienta. Más me gusta, eso si,
el aroma de tu cuerpo que trae en él las partículas del placer.
Entiende que nada tengo, que no soy de ningún lugar, que nada quiero
excepto a ti. Ven, llueve, salgamos a la tempestad, a esta tempestad
que con deleite viene a desolar a nuestro Valparaíso. Pongamos
nuestras cabezas bajo su martillo, bajo la furia de sus rayos y al
espanto de su trueno, bailemos emborrachados pegados a los huesos de
la niebla y traspasados por las agujas de la lluvia. En el fondo
sabes que este amor es una agonía, con un raro concierto de risas de
carnaval y de arlequín. ¿Prefieres permanecer en casa, amándonos
como se enredan los gusanos? Sabes que mis senos esperan por tu risa,
mis ojos se embriagan de ti y para mi eres como el veneno de mi mal
de amor. Indefectiblemente, te amo. Indefectiblemente tu alma es mi
jardín. Somos como los dioses olímpicos de túnicas
resplandecientes que poco duran cubriendo nuestras pieles. Es que tu
cuerpo es soberbio, y tus besos me hacen dar piruetas y nuestro amor
es como el aleteo de la sombra. Nada puede turbar nuestra muerte.)
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