Guardamos
el caballo y volvimos a mi oficina. En ninguna parte del reglamento
decía que un fantasma no podía ser jinete, así que cerré la
puerta con llave, saqué otra botella, prendí un habano y me puse a
buscar los formatos tipo que guardaba en alguna parte. No los
encontraba por ningún lado. Creo que el chico me observaba entre
risas. Despejé de un golpe el escritorio, fastidiado.
-Espera,
chico. Me cuesta nada redactar uno.
-Yo
tengo un contrato- me respondió- si vamos a trabajar juntos, es
bueno que exponga desde un principio mis condiciones.
Muy
fantasma era, pero inteligente.
-De
acuerdo- dije con calma, a él era capaz de perdonarle todo- ¿Cuanto
quieres de sueldo? A modo de sugerencia, te digo, no se en que
mierda podría gastarse el dinero un fantasma.
-Le
doy la razón.
-A
todo esto, ¿Cómo te llamas, chico? Me gustaría llamarte por tu
nombre.
-Luciano
Cisternas Fernández, pero de cariño me dicen LUCIFER.
-Menudo
apodo te gastas. ¿Quién te llama así? ¿Dios? O sea, recé tanto
para que me sacara de mis problemas que estoy convencido de que te
envió a salvarme.
-Dios
no toma estas causas, le llegan, las lee, y si son peticiones de
huevones codiciosos como usted se las manda al Diablo. Entiende con
quién se mete, ¿Verdad?
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