martes, 2 de septiembre de 2014

RESOPLO


Flavia tenía una borrasca en el pecho, se contoneaba como los peces sacados del agua y transpiraba sal y gozo por todos los poros, y sus ojos se volvían de galaxias y quásares y el cabello se le desbarataba como cenizas de volcán al viento. Entonces quien estaba en la cama haciendo el amor fervientemente conmigo era la desconocida y no Flavia, y de pronto no era ella si no Flavia, y cuando era Flavia quien jadeaba yo miraba que la otra se sentaba en el cojín o bien se paraba en la puerta y desde ahí nos miraba y se reía. Mi miembro se quemaba aún más, una vulva ardiente lo devoraba con rabia, con voluntad destructiva. Era una lucha vertiginosa de brazos, caderas, de sábanas, de piernas, de olfato y de lengua. Flavia jadeaba más, gritaba más y más, y yo me descorporizaba de su cama y me iba con la otra, y el géiser entre mis piernas no arrojaba chorros de agua hirviendo por ella si no por la otra. La última embestida, un grito femenino de muerte gozosa y electricidad momentánea en el espíritu. Hermes y Morfeo llegaron a nuestros cuerpos agotados.

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